Discurso pronunciado por el Canciller Federal Olaf Scholz con ocasión de la Conferencia de Seguridad de Múnich

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Distinguidos jefes y jefas de Estado y de Gobierno, estimados y estimadas colegas,

estimados invitados e invitadas de dentro y fuera de Alemania,

distinguido Señor Embajador Ischinger, distinguido Señor Embajador Heusgen,

señoras y señores:

Antes de compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el estado del mundo y sobre cómo podemos manejar el cambio de rumbo geopolítico que la Conferencia de Seguridad de Múnich ha puesto este año en la agenda, primero quiero abordar otro cambio de rumbo. No de fuera en el mundo, sino aquí, en el Bayerischer Hof.

Durante 14 años usted, estimado Wolfgang Ischinger, no solo ha actuado como anfitrión y presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, sino que también ha sido su espíritu rector, su fuente de ideas, de inspiración y de motivación. Nuestra conferencia de hoy y mañana será su última conferencia desempeñando este papel. Por ello me gustaría agradecerle todo lo que ha hecho por las relaciones internacionales y muy particularmente por la amistad transatlántica en estos últimos años. Muchas gracias, Señor Embajador.

Quisiera aprovechar esta oportunidad para dar una calurosa bienvenida a su sucesor. Si hay alguien que pueda seguir tales enormes huellas ese es usted, estimado Christoph Heusgen, con su dilatada experiencia internacional. Me alegra saber que los dos seguiremos manteniendo un estrecho contacto también en su nueva función. Le deseo todo lo mejor.

Señoras y señores: la Conferencia de Seguridad de Múnich tiene un sentido de la oportunidad muy especial, como todos sabemos. No obstante, preferiría que nos hubiéramos reunido en tiempos menos convulsos.

Europa se enfrenta de nuevo a una amenaza de guerra. Y el riesgo no se ha eliminado en absoluto.

Incluso desafíos globales como la pandemia y la lucha contra el cambio climático han dejado de dominar el debate público. Estos requieren, sin embargo, una respuesta urgente.

En este sentido, señor Ischinger, entendí ayer también sus palabras cuando llamó a las sociedades democráticas a despertar de la impotencia creada por ellas mismas, según la divisa de “unlearning helplessness”, es decir, desaprender la impotencia.

Precisamente en vista de la situación de inseguridad quiero aclarar antes una cosa: por supuesto está el coro de voces que optan por entonar el canto del cisne a las democracias liberales, al “Occidente” o al orden internacional que ha conformado. Y en absoluto pretendo negar que las sociedades libres y democráticas tienen competencia. Pero podemos decir con seguridad que este modelo se ha mantenido firme frente a la competencia.

Las razones para ello han cambiado en la actualidad. Las democracias son más adaptables y más resistentes a largo plazo porque la libertad de expresión y la diversidad de opiniones, las elecciones libres, el reconocimiento de la oposición política y la protección de las minorías velan por el equilibrio de los intereses dentro de la sociedad. Los países donde prevalecen los principios del Estado de derecho generan confianza y estabilidad y son más fuertes si respetan la dignidad humana en lugar de pisotearla.

No hay nada de divisorio en afirmar esto con confianza. Porque una vida en libertad, justicia y dignidad no es solo una aspiración exclusivamente “occidental”, sino una aspiración profundamente humana y universal.

Esta noción de valores universales también constituye la base del orden internacional que emergió de las catástrofes del siglo XX. Ha procurado equilibrio y una creciente prosperidad, no solo en América del Norte y en Europa, sino también en aquellas partes del mundo que ahora, habida cuenta de su creciente importancia económica y política, quieren tener más voz y participar más en la configuración del futuro y que, de hecho, deben hacerlo. Debemos celebrar esta aspiración a participar. Es un logro porque los socios fuertes y con autodeterminación no debilitan nuestra posición, sino que brindan la posibilidad de resolver problemas a los que ni los más grandes ni los más fuertes pueden hacer frente solos.

No obstante, este orden internacional depende necesariamente de la voluntad de cooperar, incluso cuando toca tratar con socios difíciles; con convicciones claras, pragmatismo, una confianza sana en nosotros mismos y, sobre todo, siendo conscientes de nuestra propia valía. Y se sustenta en una promesa central: que todos, incluso los fuertes, se atendrán a las reglas del juego.

Y esto me lleva a lo que hemos estado presenciando en el este de nuestro continente durante los últimos meses. Hablando claramente: el despliegue de más de 100 000 soldados rusos alrededor de Ucrania no está de ningún modo justificado. Rusia ha hecho de la perspectiva de Ucrania de convertirse en miembro de la OTAN un casus belli. Algo paradójico, porque no hay ninguna decisión pendiente sobre la mesa al respecto.

Los europeos y la comunidad transatlántica hemos advertido a Rusia de que una agresión militar contra Ucrania sería un grave error. ¡No queremos que suceda!

Rusia acaba de responder públicamente a las propuestas presentadas por los Estados Unidos de América, y yo digo que sí, estamos dispuestos a negociar. Por supuesto que vamos a hacer una clara distinción entre exigencias insostenibles e intereses de seguridad legítimos. Habida cuenta de todo lo que está en juego, debemos tener muy clara esta distinción.

Los principios fundamentales garantizados en la OSCE no son negociables para nosotros. Rusia los ha aceptado y uno de ellos es el derecho a la libre elección de las alianzas.

Al mismo tiempo, hay cuestiones de seguridad que son importantes para ambas partes, sobre todo la transparencia en torno a los sistemas de armamento y las maniobras, los mecanismos de prevención de riesgos y nuevos enfoques para el control armamentístico.

En mi reunión del pasado martes con el presidente Putin dejé claro que toda nueva violación de la integridad territorial de Ucrania tendrá un elevado coste para Rusia, tanto político, como económico y geoestratégico. Al mismo tiempo hice hincapié en que la diplomacia no fallará por nosotros.

La mayor diplomacia posible, sin ser ingenuos: esa es nuestra aspiración. Para ello usaremos todos los canales de comunicación: el Consejo OTAN-Rusia, que por fin se ha vuelto a reunir después de muchos años; la OSCE, donde se puede dialogar sobre prevención de conflictos con todos los europeos, con los rusos y los estadounidenses: Polonia ostenta actualmente la presidencia y ha presentado propuestas a este respecto. Está también el canal bilateral entre Rusia y los Estados Unidos de América. Y también estamos usando el formato de Normandía, que sigue siendo decisivo para la resolución del conflicto.

Durante mis visitas a Kiev y a Moscú he instado a que se implementen los Acuerdos de Minsk. Le estoy muy agradecido particularmente al Presidente Zelenski por su compromiso para impulsar las leyes necesarias y debatirlas en el Grupo de Contacto Trilateral.

Por supuesto que no me hago ilusiones. No son de esperar éxitos inmediatos. Pero solo podremos romper la dinámica de esta crisis si negociamos. A fin de cuentas, se trata de nada más y nada menos que la paz en Europa.

Señoras y señores, todo esto debe ir acompañado de un reposicionamiento de Europa y de la alianza transatlántica en un mundo que ha cambiado. Por eso, los procesos estratégicos dentro de la Unión Europea y de la OTAN adquieren una relevancia muy especial.

Hoy quiero compartir con ustedes cuatro consideraciones fundamentales.

En primer lugar, vamos a desarrollar un concepto más amplio de lo que entendemos por seguridad. La Conferencia de Seguridad de Múnich, Señor Ischinger, siempre ha sido precursora en este sentido, al abordar con total naturalidad incluso los riesgos que emanan del cambio climático, de las crisis sanitarias globales, del abuso del ciberespacio y de las nuevas tecnologías.

Pero para poder ampliar este concepto es imprescindible que la UE y la OTAN se complementen entre sí, se refuercen y se preparen para asumir nuevos riesgos. Al final, un ciberataque sigue siendo un ciberataque, ya sea dirigido desde San Petersburgo, Teherán o Pyongyang.

Pero creo que todos coincidimos en que tener en cuenta nuevas amenazas como estas no es lo mismo que aspirar a una OTAN que opere a nivel mundial.

Los acontecimientos de los últimos meses, en particular, nos muestran cuán vital sigue siendo concentrarse en el tema de la “defensa colectiva” en el espacio del Atlántico Norte. Tenemos que reunir las capacidades necesarias para ello. Y sí, esto también incluye a Alemania. Aviones que vuelen, barcos que puedan hacerse a la mar, efectivos militares perfectamente equipados para sus peligrosas tareas: estas son cosas que un país de nuestro tamaño, que tiene una responsabilidad muy especial dentro de Europa, debe poder permitirse.

También se lo debemos a nuestros aliados en la OTAN. A ellos les digo que Alemania mantiene su compromiso con el artículo 5, sin condicionantes. Y también mostramos solidaridad práctica: actualmente mediante una mayor presencia de la Bundeswehr en el Báltico y con la misión de policía aérea de la OTAN en el sudeste de la alianza.

Esto me lleva al segundo punto. El reposicionamiento de nuestras alianzas no tiene lugar en el vacío, sino en interacción con otros actores y sus ambiciones. El punto de partida para ello es un análisis realista del mundo que nos rodea. En nuestro planeta viven actualmente casi 8000 millones de personas, con tendencia al alza. Tan solo una pequeña parte —apenas 450 y 330 millones, respectivamente— vive en la Unión Europea y en los Estados Unidos de América.

Las tendencias son similares si nos fijamos en nuestra cuota de participación en la economía mundial durante las últimas décadas. Las porciones de pastel reducen su tamaño. Para mí esto significa que el mundo del siglo XXI no será unipolar ni bipolar. Tendrá varios centros de poder. Esta evolución no es de por sí algo negativo, puesto que contribuye al aumento de la prosperidad o —para continuar con la metáfora— porque el pastel al final acaba siendo más grande.

El hecho de que hoy en día más de mil millones de personas menos vivan en la pobreza extrema que hace 30 años es un logro de toda la comunidad internacional y por el que debemos luchar particularmente ahora, en pandemia. El auge de la clase media en países como China, Indonesia y la India también beneficia a los trabajadores de aquí.

En Asia, concretamente, no se trata de un “surgimiento”, sino que debemos hablar en todo caso de un “resurgimiento”. Ser una superpotencia, desde la perspectiva de Pekín o Delhi, no es una excepción histórica, sino una vuelta a su status quo ante. Eso no tiene nada de malo. Al contrario.

Lo que resulta problemático es cuando este aumento de la importancia se traduce en una exigencia de lealtad y de zonas de influencia; cuando las reglas universales que se defendían antes se desechan ahora de la noche a la mañana. Ningún país debería convertirse en el patio trasero de otro país. Las aspiraciones de poder de China, en particular, deben verse con matices, y asimismo se matizará nuestra postura al respecto buscando la cooperación cuando sea de interés mutuo —en la lucha contra el cambio climático y la pobreza o, por muy difícil que sea, en el control armamentístico—, reforzando nuestras propias capacidades y dando una respuesta firme allá donde el orden multilateral se vea amenazado o se pisoteen los derechos humanos.

Pero en estos tres ámbitos es válida la misma afirmación: cuanto más nos coordinemos entre Europa y América del Norte, más éxito vamos a tener.

Con esto llego a mi tercera consideración. Necesitamos más claridad sobre el nivel de ambición de la Unión Europea en cuestiones relacionadas con su propia seguridad y más allá de sus fronteras. La palabra clave aquí es la soberanía europea.

Acabo de describir las transferencias de poder geopolítico ante los que nos encontramos. Con respecto a los Estados Unidos de América, está claro que seguirán siendo el centro de gravedad incluso en un mundo multipolar. De ello no cabe duda. Y mis conversaciones mantenidas en Washington la semana pasada refuerzan esta convicción.

Pero para Europa las cosas son diferentes. Los europeos solo mantendremos nuestra capacidad de actuación, nuestra autonomía para adoptar decisiones, si ponemos en común nuestra voluntad y nuestras capacidades en el seno de la Unión Europea.

Por cierto, cuando hablo de la Unión Europea, estoy pensando también en los países de los Balcanes Occidentales. No basta con mencionar la perspectiva de ampliación para esta región como objetivo estratégico. Tenemos que impulsarla activamente. Me congratulo de que hoy tengamos aquí a muchos colegas de la región, ya que esta es una tarea conjunta.

La Unión Europea es nuestro marco de actuación, nuestra oportunidad. Seguir siendo un “poder entre poderes”, de eso se trata cuando hablamos de “soberanía europea”. Para ello necesitamos tres cosas: primero, la voluntad de actuar como “poder entre poderes”; segundo, unos objetivos estratégicos comunes y, tercero, las capacidades necesarias para alcanzar estos objetivos. Estamos trabajando en estos tres aspectos.

Con ello también queda claro el nivel de ambición que debe alcanzar la nueva “Brújula Estratégica” de la UE. Incluye el compromiso europeo con la lucha contra el terrorismo, que va desde la estabilización civil y el entrenamiento militar hasta el equipamiento. Incluye nuevos impulsos para un control armamentístico más efectivo que generen transparencia y confianza aquí en Europa. Las conversaciones con Rusia, si llegan a producirse, pueden marcar un comienzo. Y, por último, incluye también una diplomacia europea activa como la que practicamos, por ejemplo, con Irán.

A propósito de Irán. Hemos avanzado mucho en las negociaciones de Viena en los últimos diez meses. Todos los elementos para cerrar las negociaciones están sobre la mesa. Sin embargo, que Irán continúe enriqueciendo combustible y, al mismo tiempo, suspenda la vigilancia del OIEA es algo inadmisible. Un armamento nuclear iraní no es aceptable para nosotros, también porque la seguridad de Israel no es negociable. Por ello hemos señalado en repetidas ocasiones que pronto habrá que decidir si sigue siendo conveniente volver al PAIC.

Ahora tenemos la oportunidad de llegar a un acuerdo que permita el levantamiento de las sanciones. Además, si no lo conseguimos de manera rápida, las negociaciones corren el riesgo de fracasar. El Gobierno iraní tiene ahora una oportunidad. Ahora es el momento de la verdad.

Considero que las negociaciones nucleares que lleva a cabo la EU son un buen ejemplo de lo que puede lograr Europa junto con sus socios.

Con ello recalo en mi cuarto y último punto, que es algo que les pido y deseo: ¡let us stick together! Permanezcamos unidos, como amigos y aliados.

Permanecer unidos. Para nuestros amigos y socios, esto significa también aceptar a la Unión Europea como una sola entidad, reconocerla como actor internacional y promover su mayor integración. Ya tenemos suficiente con que nuestros contrarios intenten dividirnos.

Por ello a ustedes, Kamala Harris, a los muchos amigos y amigas del Congreso y del Gobierno estadounidense, les estoy profundamente agradecido por mantener día tras día la promesa que el Presidente Biden hizo el año pasado aquí en Múnich: “(apoyar) el objetivo de una Europa libre y en paz en su totalidad”. Esta Unión Europea unida, libre, pacífica —y, añado, soberana— no va dirigida contra nadie. Y ciertamente no supone ningún riesgo para la cooperación transatlántica. ¡Al contrario!

Al final, solo una Europa con capacidad de actuación seguirá siendo un socio atractivo para los Estados Unidos de América: como pilar europeo fuerte en la alianza transatlántica, como una voz alta y clara en favor de la democracia, la libertad y la justicia y como mejor amigo y socio de América.

Ahora, señoras y señores, damos paso a la ronda de preguntas y a nuestro debate.

Muchas gracias por su atención.